Guaiomení duzepoins

Preparen las palomitas, las cervecitas, las pizzas y los amigos. El mayor espectáculo del mundo está a punto de empezar. Ni la Champions, ni el Mundial ni el Festival de Teatre de Tàrrega. A las nueve de la noche, como cada año el Festival de Eurovisión llama a su puerta. Pongan en una coctelera los mejores momentos de Fernando y Esteso, el making of de una película de Torrente, los ensayos del ballet de Eva Nassarre y le edición 72 de Operación Triunfo y obtendrán algo parecido a este espectáculo absolutamente recomendable.

La pasarela freak empezó hace dos días con las semifinales, que han permitido ir abriendo boca. Aún me duelen las mandíbulas de la hilaridad que me provocó el representante folclórico de Albania, que evocó a su manera el inolvidable "Quién maneja mi barca" de Remedios Amaya. Antológica una tal Jennifer (asturiana para más señas) que canta en ropa interior y en catalán un estrépito digno de la mismísima Chenoa. ¿Y qué decir del dúo moldavo con un vestuario a medio camino entre Parchís y Enrique y Ana?. España lleva, ya lo saben, a las ketchup, las niñas del aserejé. Y con eso ya lo digo todo. Y ojo con Finlandia, representada por unos tipos disfrazados que parecen extraídos de un fanzine gore. Eurovisión es la mayor concentración mundial de caspa por metro cuadrado: de las coreografías a las conexiones con las televisiones locales (bonjour Rome).

Como a todo el mundo, lo que más me gustan son las puntuaciones. Esos grupos mordiéndose las uñas, con los chorretes de sudor comiéndose el Rimmel, y las banderitas prestas a celebrar los ansiados doce puntos. Echaremos de menos al gran Aberasturi y sus comentarios geopolíticos ("Rusia no va a votar a Ucrania por el conflicto del gaseoducto"). Este hombre se leía durante todo el año el New Yorker, el Bild, Le Figaro y el blog de guerras postmodernas. Ríanse ustedes de Moratinos. De todas formas, el cénit de Eurovisión desde mi modesto punto de vista son los vídeos introductorios antes de las canciones, que hacen buenos los vídeos de los karaokes.

Que el continente de Descartes y Leonardo, de Galileo y Lutero, de Engels y de Rafael lleve más de cincuenta años de Eurovisión es la mayor evidencia que la crisis de Europa es irreversible. Háganme caso. Cómprense un piso en Kuala Lumpur o en Bangalore. Ah. Y esta noche, apuesten por Ucrania.