Nacionalismos (I)
Creo que a lo largo del siglo XXI se morirán los estados. Tampoco me hagan mucho caso. Jamás he acertado una predicción. A lo máximo que he llegado es a cinco aciertos en una quiniela, y eso que jugaba con tres triples. Pero hoy me he levantado Nostradamus y lanzo mi oráculo, que quedará registrado en la red. Esto lo leerá un sociólogo en el 2189 (con un aparato que le permitirá leer la paleotecnología blogera) y podrá contrastar mi incapacidad predictiva.
Los estados son un buen invento. Parto de esta premisa. Por primera vez en la historia de la humanidad, se construye un principio de convivencia que fija unas reglas colectivas. Los estados no están basados ni en el derecho de conquista, ni en los orígenes históricos, ni en la lengua, la cultura, ni en nada de eso. Dependen en sentido estricto de la voluntad ciudadana de formar parte del mismo. Ésa es la teoría.
En la práctica, el estado-nación ilustrado se transformó pronto por la irrupción del Romanticismo. Y entonces, las naciones se dotaron artificialmente de una legitimidad más allá de la ciudadana. Lo llamaremos historia (una historia deformada, claro), cultura, lengua, mitología, geografía o hagiografía. Es igual. Las naciones dejaron de ser sólo un compromiso ciudadano y se convirtieron en una construcción material forjada por la historia y la cultura y no por el principio colectivo de pertenencia y compromiso. [Aquí, por ejemplo, hicimos un ridículo mayúsculo al proclamar sin ningún tipo de vergüenza el Mil·lenari de Catalunya]. Y esta diferencia es capital. La acepción romántica de la nación considera que existen unas condiciones objetivas que justifican su naturaleza. En realidad, como nos descubre Gellner el nacionalismo no se autocuestiona, no se relativiza, no se explica; sólo se afirma. El nacionalismo se siente universal y necesario.
Pongamos un ejemplo. En la última sesión parlamentaria, se debatió sobre la literatura catalana en ocasión de la Feria del Libro de Frankfurt. La diputada (y activa blogera) Carme Laura Gil utilizó un argumento que he oido de forma reiterada durante todo el año. Para esta diputada convergente, es necesario distinguir entre la literatura en Cataluña y la literatura de Cataluña. Esta distinción entre el criterio geográfico y el criterio nacional (entre el genitivo y el ablativo latino) es el centro de gravedad del principio nacionalista. No es catalán lo que hay en Cataluña. Hay cosas en Cataluña que no son catalanas. Porque la catalanidad, según este principio, va más allá del principio geográfico. Es un apriorismo, un principio ontológico, una inmanencia. Se puede otorgar o denegar. Incluso se puede modular. Hay niveles de catalanidad. Hay intensidades. Y así, es catalán lo que se ciñe a un principio establecido a priori (¿por quién?, ¿por qué?) y no la práctica de lo que sucede efectivamente en el país.
Llevado a su extremo ninguna de las dos interpretaciones aguanta un par de rounds. El nacionalismo intenta demostrar que existen unas condiciones objetivas que explican porqué somos una nación. Casi como una condena o un destino universal. Pero no logra explicar muy bien porqué esas mismas condiciones objetivas no explican el nacimiento de otra nación en otro lugar. También se encuentra terriblemente incómodo ante la diversidad. ¿Cómo basar una nación en unos atributos que cambian, se mezclan, se pierden y se complican?. Pero el purismo básico de la teoría política también tiene sus fugas de agua. Cuesta entender porqué un día una serie de individuos se levantan y deciden firmar de forma colectiva un compromiso común (y una carta magna, una forma de gobierno y bla bla bla). ¿Qué les unía?. ¿Por qué lo hicieron?. Y sobre todo, ¿por qué con esos límites y no con otros?. ¿Quién traza la frontera de la ciudadanía?. La teoría política es ahistórica y ageográfica y parece diseñada en un laboratorio con sus batas blancas y focos resplandecientes, lejos del barro de los barrios.
En eso estamos. En un debate entre nacionalismos que se creen antagónicos y que en el fondo son idénticos. Como las dos caras de un espejo. Uno levanta el brazo izquierdo y en el espejo se mueve el derecho. Parecen opuestos, pero es el mismo brazo. De hecho, el objetivo último del nacionalismo no es cuestionarse el modelo de estado - nación, sino crear un estado que se adapte a la nación real. Ambos comparten el principio ontológico de la condición nacional del Estado. Discrepan sólo en los límites. Y aún más. Los nacionalismos se alimentan mutuamente. Su vitalidad depende de la hostilidad con el nacionalismo antagónico. Su principal alimento es la alterofobia.
Parto de la teoría de que el modelo convencional de estado - nación hace aguas. Y dedicaré algunos posts a demostrarlo. Por eso, más que definir los límites del estado creo que el debate necesario es fijar la condición del estado, su naturaleza misma. Les amenazo con tres o cuatro entradas al respecto. Para hacer más dura la rentrée.
Los estados son un buen invento. Parto de esta premisa. Por primera vez en la historia de la humanidad, se construye un principio de convivencia que fija unas reglas colectivas. Los estados no están basados ni en el derecho de conquista, ni en los orígenes históricos, ni en la lengua, la cultura, ni en nada de eso. Dependen en sentido estricto de la voluntad ciudadana de formar parte del mismo. Ésa es la teoría.
En la práctica, el estado-nación ilustrado se transformó pronto por la irrupción del Romanticismo. Y entonces, las naciones se dotaron artificialmente de una legitimidad más allá de la ciudadana. Lo llamaremos historia (una historia deformada, claro), cultura, lengua, mitología, geografía o hagiografía. Es igual. Las naciones dejaron de ser sólo un compromiso ciudadano y se convirtieron en una construcción material forjada por la historia y la cultura y no por el principio colectivo de pertenencia y compromiso. [Aquí, por ejemplo, hicimos un ridículo mayúsculo al proclamar sin ningún tipo de vergüenza el Mil·lenari de Catalunya]. Y esta diferencia es capital. La acepción romántica de la nación considera que existen unas condiciones objetivas que justifican su naturaleza. En realidad, como nos descubre Gellner el nacionalismo no se autocuestiona, no se relativiza, no se explica; sólo se afirma. El nacionalismo se siente universal y necesario.
Pongamos un ejemplo. En la última sesión parlamentaria, se debatió sobre la literatura catalana en ocasión de la Feria del Libro de Frankfurt. La diputada (y activa blogera) Carme Laura Gil utilizó un argumento que he oido de forma reiterada durante todo el año. Para esta diputada convergente, es necesario distinguir entre la literatura en Cataluña y la literatura de Cataluña. Esta distinción entre el criterio geográfico y el criterio nacional (entre el genitivo y el ablativo latino) es el centro de gravedad del principio nacionalista. No es catalán lo que hay en Cataluña. Hay cosas en Cataluña que no son catalanas. Porque la catalanidad, según este principio, va más allá del principio geográfico. Es un apriorismo, un principio ontológico, una inmanencia. Se puede otorgar o denegar. Incluso se puede modular. Hay niveles de catalanidad. Hay intensidades. Y así, es catalán lo que se ciñe a un principio establecido a priori (¿por quién?, ¿por qué?) y no la práctica de lo que sucede efectivamente en el país.
Llevado a su extremo ninguna de las dos interpretaciones aguanta un par de rounds. El nacionalismo intenta demostrar que existen unas condiciones objetivas que explican porqué somos una nación. Casi como una condena o un destino universal. Pero no logra explicar muy bien porqué esas mismas condiciones objetivas no explican el nacimiento de otra nación en otro lugar. También se encuentra terriblemente incómodo ante la diversidad. ¿Cómo basar una nación en unos atributos que cambian, se mezclan, se pierden y se complican?. Pero el purismo básico de la teoría política también tiene sus fugas de agua. Cuesta entender porqué un día una serie de individuos se levantan y deciden firmar de forma colectiva un compromiso común (y una carta magna, una forma de gobierno y bla bla bla). ¿Qué les unía?. ¿Por qué lo hicieron?. Y sobre todo, ¿por qué con esos límites y no con otros?. ¿Quién traza la frontera de la ciudadanía?. La teoría política es ahistórica y ageográfica y parece diseñada en un laboratorio con sus batas blancas y focos resplandecientes, lejos del barro de los barrios.
En eso estamos. En un debate entre nacionalismos que se creen antagónicos y que en el fondo son idénticos. Como las dos caras de un espejo. Uno levanta el brazo izquierdo y en el espejo se mueve el derecho. Parecen opuestos, pero es el mismo brazo. De hecho, el objetivo último del nacionalismo no es cuestionarse el modelo de estado - nación, sino crear un estado que se adapte a la nación real. Ambos comparten el principio ontológico de la condición nacional del Estado. Discrepan sólo en los límites. Y aún más. Los nacionalismos se alimentan mutuamente. Su vitalidad depende de la hostilidad con el nacionalismo antagónico. Su principal alimento es la alterofobia.
Parto de la teoría de que el modelo convencional de estado - nación hace aguas. Y dedicaré algunos posts a demostrarlo. Por eso, más que definir los límites del estado creo que el debate necesario es fijar la condición del estado, su naturaleza misma. Les amenazo con tres o cuatro entradas al respecto. Para hacer más dura la rentrée.
Comentaris
Desperta. Hi ha una nació, que és la catalana. Hi ha un Estat que l'Estat espanyol. I algun dia, és clar, hi haurà un estat català. Malgrat gent com tu.
Sóc català. He estat col·laborant al Congrés de cultura catalana, a la Crida a la Solidaritat, a moltes plataformes a favor de l'independentisme democràtic i respectuós i sento vergonya d'algunes persones que tot i pensar com jo,rebutjo profundament.
Ho comparo amb el Barça: tota la vida mamant barcelonisme i encara recordo la vergonya que em van fer passar els boixos nois quan vaig convidar un amic madrileny al camp fa uns quant anys... encara em disculpo!!!
Això sí. La cara tapada i en l'anonimat. Pobra Catalunya No anem bé. No sóc socialista, però respecto i admiro l'amic Donaire perquè obre portes a la divergència, a la discussió i a la llibertat.... i donant la cara.
Antes había sentimentos de pertenencia, sí, agravios comparativos, sí, complejos de superioridad, sí. Pero estaban vinculados a un ente político concreto, un reino, un ducado, una polis. Pero el concepto de "nación" como ente superior al ciudadano, que habla por sí misma y tiene mentalidad propia, como Dios, es del XIX.
El Estado habrá de superarse, claro, pero yo creo que mediante procesos de integración en entidades más grandes combinada con la aplicación del principio de subsidiariedad. Creo más en un conglomerado de antiguos Estados con gobiernos locales (y no regionales) más fuertes y más autónomos.
Mira los Estados Unidos, son un Estado de Estados y una Nación de Naciones. Mira lo que pretende ser Unión Europea. Yo veo más el futuro por ahí. Lo de las naciones... Desde mi punto de vista es una idea irracional que da carácter semi-divino a unos mitos comunes y que, como la religión, sólo añade más servidumbres al individuo. De ahí salen conceptos como "cultura degenerada" o "limpieza de sangre".
No me gustan las naciones, sólo piden sacrificios y que te crees enemigos. La Nación nunca te da más derechos como persona, se los da un colectivo indeterminado que resultan ser los poderosos de turno.
"No has nascut a Catalunya = no et sents català". Ai. Quantes vegades hauré de sentir-me això. Per sort, sou una minoria.
Jo soc català. L'única cosa que em plantejo són els límits de la nació tal i com l'entenem ara. La història ens demostra que res és etern. I menys els productes socials. No volia ofendre't, però.
Anònim 2
Amb tota sinceritat crec que no és tan evident com ho planteges, però tot és opinable. Tens raó. No és massa lògic que sigui un blog bilingüe. En tenia dos però és massa cansat.
Havia de contestar
Bé. Ehem. Doncs gràcies. Tanmateix, les discrepàncies són benvingudes.
Ignasi
Gràcies. Jo també penso que això de l'anonimat no és la millor forma de defensar una idea. Però ho admeto perquè si no hi ha gent que no escriuria. Agraeixo molt les teves paraules, que sé que són sinceres.
José
Me parece estupendo. Y perdona mi indolencia. El post será más largo y denso. Quizás es mejor en socialdemocracia, tienes razón.
Carlos
Sí. Yo hablaba de los estados-nación, la identificación entre gobierno y pueblo. Hacia dónde vamos no lo sé. De eso hablaré más adelante. Un saludo.
sobre frankfurt, encara no sé si han convidat Catalunya, la cultura catalana o la literatura catalana. En qualsevol cas, és crec que és evident que la literatura catalana s'escriu en català.
I sobre els Estats, són l'església moderna, tothom vol viure del cuentu. Tu, diputat, vius del cuentu, per exemple. Ara és l'Estat qui certifica si ens podem casar o no, qui som, etc. En fi, la política o la fas o te la fan, i no sé quin deu ser el teu parer, però sense Estat estàs al segon terme de la dicotomia.
No. Una cosa és la política i una altra cosa els estats. No et creguis que estan tan vinculats com creus. La major part de les decisions rellevants ja no depenen dels estats, però continuem imaginant que sí. Els estats s'han quedat petits. Dintre de 20 anys, els estats ja no s'aguantaran i per això la reivindicació d'un estat em sembla anacrònica. Ja no funcionen.
I no pateixis. D'aquí quatre dies (literalment) dissolen el Parlament i ja no podré viure del cuentu. Em tocarà treballar.
Gràcies per visitar el blog, plam. Una abraçada
Les paraules de Carme Laura Gil no les entenc. "de" i "en". Puc entendre que es diferencii entre llengua en català i llengua en no-català, peró "en" i de"? No capito.
A qui han convidat els de Frankfurt? A la cultura catalana? Quina ambiguitat més gran, tot i que d'entrada, quan penso en els llibres u obres literàries de la cultura catalana penso en les obres escrites en català i aixó no vol dir automàticament que la meva interpretació sigui certa. Un llibre en castellà pot formar part de la cultura catalana? Sembla que sí dins d'una concepció prou oberta del concepte català. Un llibre que parli dels castellers, de la seva història i l'art que hi ha al darrera, per què no ha de ser un llibre català? I per què ho ha de ser? Cadascú té una teoria, doncs parlem de paraules, de conceptes que no són absoluts. Un llibre en català, s'entendria la seva preséncia en una fira dedicada a la cultura espanyola? Depén de cadascú. Les sensibilitats "nacionals" en aquest assumpte són múltiples.
Si jo fos el responsable de decidir quins autors anirien a Frankfurt i al mateix temps tingués decisió sobre els continguts d'alló que aniríem a presentar allà, crec que donaria absoluta prioritat a la llengua catalana, peró no amagaria que hi han autors importants catalans que escriuen en castellà. És posible, en cas de parlar de autors catalans i no pas de llengua catalana, que acabés fent alguna mena de discriminació positiva envers la llengua catalana. En un mon ideal, les discrimnacions positives serien innecesàries i absolutament criticables, peró al nostre món es poden defensar en alguns casos. Amb la llengua catalana ho tinc clar. Llavors, entenc que els autors en castellà es sentin discriminats, peró ells són presents a les fires on s'exposen els autors en llengua castellana.
Si les fires parlen de païssos doncs no té gaire sentit separar els autors catalans, tot i que jo potenciaria la llengua catalana, que falta li fa, peró si parlen de llengües no hi ha res a comentar.
El problema vindria (penso mentre escric) al adonar-nos que segons alguns a la fira de Frankfurt no hi haurà una clientela potencial gire gran per a la llengua catalana, sense traducció, amb la qual cosa el que interesa potser és potenciar la cultura i els llibres que parlen de les nostres coses, abans de potenciar el català com a llengua, o es tracta d'aixó precisament?
Facin el que facin, s'ha de empenyer el català com a idioma i la cultura catalana com a fet, cultura caalana tant en català com en castellà. Trobar un bon equilibri entre totes dues coses seria una bona solució al meu entendre. Crec que si ens queixem (amb molta raó) del tracte que reb la llengua catalana per part de l'estat espanyol i les seves institucions, incloent els partits polítics, hauríem de donar exemple i tractar amb la màxima correcció i justícia als escriptors catalans que escriuen en castellà. ¿O és que hem de discriminar per haver sigut i ser discriminats?
Es triste tener que discutir con niveles de razonamiento como el de los dos primeros anónimos, pero es que creo que las camisas pardas no dan más de sí.