El maletín


El agosto se filtra por las persianas del despacho. El ventilador va negando con la cabeza, a un ritmo lento, como un sabio japonés. Cuando encara la mesa, las hojas tiritan durante un instante, pero enseguida recuperan el reposo. La puerta está cerrada aunque se puede oir el sonido acompasado de las teclas de un ordenador. Como un concierto tosco. Como un réquiem.

- Nuestra empresa lleva más de diez años en el sector. Hemos trabajado en todas las capitales de provincia de la comunidad. Tenemos todas las normas de acreditación europeas y, además, hemos conseguido una mención extraordinaria en la Feria Sostenible de Milán. Está usted hablando con la mejor empresa española del sector de la limpieza. (Y siempre que dice sector convierte la ce en una sonora ge).

- Entonces estoy seguro que ustedes no tendrán ningún problema en el concurso.

- Pero usted sabe igual que yo que los concursos no son del todo fiables. Que a veces, hay una mano negra que sitúa una de las empresas por encima de las otras.

- Le garantizo personalmente que eso no ocurrirá. El concurso seguirá las normas que hemos definido. Le doy mi palabra.

- Palabras, palabras... Llevo mucho tiempo en este negocio y sé que las palabras son sólo eso, palabras. Y más entre los políticos. Mire. Me gusta hablar claro. Todas las empresas son más o menos iguales. ¿Sabe usted por qué nosotros gestionamos más ayuntamientos que ningún otro?.

A Max no le interesaba lo más mínimo.

- Porque tratamos bien a las personas que confían en nosotros. Al final, una empresa de servicios es eso: confianza y buen trato. Nosotros sabremos tratar bien a su ayuntamiento y, sobre todo, sabremos tratarle bien a usted. Denos su confianza y le aseguro que encontraremos la forma de agradecérselo.

Llega un momento en el que el humo del bar llena todo el espacio. A Max le encanta ese aroma de chorizo frito que parece colgado del techo como un nido de murciélagos en lo alto de la cueva. Ha bebido cuatro cervezas y se siente un poco mareado. Pide la cuenta alzando el dedo entre la nube de cabezas que le rodea.

- ¿Hoy no me invitas, Max?.

- Voy muy justo este mes, Andrés. La próxima.

La noche ha teñido de añil las callejuelas del centro y ha barnizado de frío las esquinas. Max se para frente a una lata que rueda por la acera, se agacha y la introduce con destreza en la papelera. Sonríe. Hay días por los que vale la pena ser concejal. Y su silueta se pierde entre la bruma.

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