Apreciado Monseñor
Apreciado Monseñor, o Eminencia o Su Santidad, usted me perdonará pero estoy flojo en protocolo eclesiástico
Dice usted que España está enferma. Y esta vez no ha hablado del divorcio, ni del aborto, ni de la homosexualidad, ni de esos asuntos que siempre le traen a ustedes de cabeza en las largas noches de invierno. Ni siquiera se ha referido a esos deslices que tienen en sus filas día sí y día también, metiendo la mano en un cepillo o en un chiquillo. Ha dicho usted que está enferma porque los jóvenes aspiran a trabajar en el sector público y que somos una sociedad subsidiada.
Esto lo dice un señor que no fabrica marionetas de trapo, ni muebles de diseño, ni lavadoras ecológicas, ni siquiera cocina tocinillos del cielo como algunas monjas de convento. Es usted una especie de tertuliano, como Pilar Rahola o como Kiko Matamoros, con la diferencia de que su sueldo no depende de la audiencia sino de la aportación que hace el Estado, un estado aconfensional, si se me permite el oxímoron. De manera que un subsidiado critica los subsidios, como si Belén Esteban criticase el mal gusto o como si Tío Gilito criticase el capitalismo.
Eminencia, yo soy un subsidiado de esos. Y lo que es peor, siempre lo quise ser. Me dedico a enseñar lo poco que sé. Y aunque a usted le parezca extraño, no solo me encanta mi trabajo, sino que me siento útil. Quizás me engañe a mi mismo, pero soy de los que cree que las sociedades progresan si están bien formadas. Incluso, mire Santidad si soy iluso, hasta me creo que cuanto más preparados estén los jóvenes, más espíritu crítico desarrollarán, más libres serán y más sentido tendrá eso que llamamos democracia.
Me dirá usted que la educación tampoco debe subsidiarse, que cada palo aguante su vela, y que quien quiera ser listo que se lo pague. De hecho, ustedes tienen una red de centros privados, en los que instruyen a sus fieles en sus parafilias particulares. Si existen escuelas de magos, escuelas de tarot, cursos de barra americana o clases de mus, no seré yo quien critique las escuelas religiosas. Pero aunque usted no se haya dado cuenta, porque es lo que tienen los oropeles, que le hacen perder el contacto con la realidad, hay muchas personas que no pueden acceder a una educación privada. Y hace ya unos cuantos años, sería en la época de la desamortización de Mendizábal para que se haga una idea, aquí decidimos que la educación era universal, y que íbamos a intentar crear una sociedad de igualdad de oportunidades. Y que no íbamos a someter a las personas a la tiranía de la cuna, esa que funcionaba tan bien en el siglo XVI, en la que el destino estaba marcado en el momento en que nacías.
Y hay países que se lo han creído de verdad. En esos países, un maestro es alguien querido y respetado. Hay países que saben que todo depende de que los mejores, los más capacitados, los más preparados, los más trabajadores, decidan dedicarse a la cosa pública y transmitir a los demás lo que intentan saber. Hay países (donde además hace mucho frío) donde el futuro depende de que los mejores quieran ser trabajadores públicos, y dedicarse a enseñar. Que es, fíjese usted, exactamente lo contrario de lo que usted opina.
Y ahora imaginemos un país donde los mejores licenciados en derecho deciden ser buenos jueces o buenos abogados de oficio, donde los mejores licenciados en medicina deciden ser médicos en centros públicos, donde los mejores, los más preparados, son responsables de centros penitenciarios, o asistentes sociales, o gestores de la seguridad vial, o qué se yo, arquitectos municipales... Ya ve, lo que para usted es una enfermedad, para mi es un síntoma de salud, lo cual me ocurre casi siempre que ustedes califican algo de enfermo o anormal. Relativismo, lo llaman ustedes.
No se preocupe. No es usted el único. Hay una ofensiva imparable, en los medios, en las tertulias, en las escuelas de negocio, en los partidos políticos y hasta en las sectas satánicas, contra la res pública. España va mal porque hay muchos trabajadores públicos (funcionarios los llaman ustedes, aunque muchos no lo sean), y la única cura es limpiar el país de vagos y maleantes maestros, médicos, abogados, asistentes sociales, y demás parásitos. Con el trasfondo de la crisis, los de siempre están desmantelando los servicios sociales, maestro a maestro, escuela a escuela, hospital a hospital. Y están ganando la batalla de los discursos, con el mantra del vago funcionario. De hecho, ustedes siempre han sido la coartada ideológica de los de arriba. Y, por eso, Monseñor, recitan en el púlpito las mismas homilías que leemos en algunas revistas de negocios. La misma monserga.
Y ahora le dejo, que tengo clase, y debo justificar mi subsidio, que por cierto mengua cada día que pasa.
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