Monumentos nómadas
Escondido en un jardín de la Costa Brava, hace pocos días que ha salido a la luz un impresionante claustro románico. El viaje de las ruinas da para una película: Desmontado en el período en que se impuso el revival spanish style, cambió su destino inicial californiano por un depósito madrileño hasta acabar en el corazón de la Costa Brava, donde se ha mantenido oculto durante más de cincuenta años. Los monumentos nómadas son una extraña transgresión del patrimonio porque, como hacen las fotografías, arranca la pieza de su entorno, de su contexto, y lo reubica en un sitio que no es el suyo. Sin geografía, sin lugar, los monumentos nómadas parecen inmigrantes desplazados, que añoran el espacio del que nunca debieron salir.
Hay cientos de ejemplos de monumentos viajeros. Los embalses, el abandono, el tráfico ilegal, las extravagancias de nuevo rico o los museos por llenar han favorecido esta curiosa estirpe de monumentos "fuera de". Estos son algunos ejemplos.
La corte del faraón
Uno de los episodios más conocidos de monumento nómada es el imponente Abú Simbel. Como es sabido, el proyecto de la presa alta de Asuán condenó a varios monumentos egipcios, lo que motivó una llamada internacional. Durante varios años, se llevó a cabo una costosa operación de traslado de templos y edificios funerarios, aunque el más célebre y espectacular fue el gigantesco Abú Simbel, troceado y trasladado en inmensos bloques de piedra que son visitados por turistas somnolientos.
Pocos saben, sin embargo, que la operación internacional de rescate se saldó con un éxodo de monumentos egipcios por todo el mundo: Dendur viajó a Estados Unidos, Ellesija recabó en Italia, Taffa se instaló los Países Bajos y Debod viajó hasta el puerto de Valencia. Mientras que el resto de los templos fueron ubicados en un museo, el templo egipcio viajó hasta Madrid y se situó en un pequeño alto de la capital. Se rodeó el templo de un lago artificial y se intentó simular la orientación original, pero un a serie de medidas poco acertadas han deteriorado mucho este extraño monumento desplazado desde el desierto al centro de la Península. El resultado es un tristísimo monumento, como un pingüino en un garaje.
El claustro entre rascacielos
Mientras William Randolph construía su palacio excesivo con pedazos de monumentos españoles, en la costa oeste el millonario Rockefeller promovió la creación de un museo que albergase diversas colecciones de arte medieval. El magnate encargó la construcción de un edificio medieval, a partir de piezas extraídas de varias iglesias francesas.
En el Vall de Herault, a los pies del Camino de Santiago, la iglesia Saint Guilhem le Désert fue parcialmente desmontada y embarcada hacia Manhattan. Fueron usados también restos del claustro de Sant Miquel de Cuixà, el más grande de los Pirineos. También se utilizó el bellísimo claustro de Bonnefont-en-Comminges, restos de Trie-sur-Baïse o de Froville. Todas estas piezas fueron enviadas por barco desde Francia hasta la ciudad norteamericana. De esta forma, el edificio que hoy es gestionado por el Museo Metropolitano, es un collage de estilos y épocas provenientes de diversos puntos de Francia.
Un monasterio en 11.000 cajas
Construído en el siglo XII, el monasterio de San Bernardo es un bello ejemplo de la arquitectura monástica cistercense. Una de sus características más relevantes es que la cabecera está formada por cinco ábsides, además del imponente claustro. En los años 20, el millonario William Randolph Hearst (ya saben, el Ciudadano Kane) compró todo el conjunto y lo empaquetó en 11.000 cajas, que cruzaron el Atlántico rumbo a California.
La peripecia no acabó en el puerto. Alertados por problemas sanitarios, las autoridades portuarias ordenaron quemar la paja del cargamento. Durante el proceso, todas las piezas fueron intercambiadas, de manera que el conjunto se convirtió en un inmenso rompecabezas, un puzzle a escala 1:1. Acuciado por problemas financieros, el cargamento nunca llegará a su destino y permanecerá en un almacen durante varias décadas. Tras la muerte de Hearst, el conjunto fue adquirido por una suma discreta inicialmente con el fin de crear una atracción turística. El viaje del monasterio concluyó en Florida, donde fue adquirido por una congregación religiosa, reconstruido con más o menos fidelidad y rebautizado como St. Bernard de Clairvaux.
En el patio de mi casa
En la localidad soriana de San Esteban de Gormaz, fue construida la iglesia de San Esteban, situada en la Plaza de los Cerdos. Esta era una de las cinco iglesias de la localidad que por su localización geográfica actuó como "puerta de Castilla". Abandonada la iglesia, el ayuntamiento inició los trámites para su demolición, a pesar de que la Academia de Historia había alertado sobre el valor del monumento, especialmente de las pinturas de la bóveda.
Y es entonces cuando se inicia una travesía casi surrealista. Llega el verano, la Academia pospone hasta octubre la deliberación y mientras tanto, el ayuntamiento procede a la demolición de la iglesia. Los restos son comprados por un traficante de arte (que había conseguido otras importantes piezas románicas) y los traslada hasta Barcelona, con el fin de embarcarlos hacia América. Antes de partir, se inicia un lento proceso judicial que acaba en favor del comprador, momento en el que se pierde la pista de las 19 toneladas de patrimonio.
Hoy sabemos que una parte de esa iglesia se halla en el patio de una finca del Passeig Maristany, en Camprodon. En efecto, un acaudalado propietario logró comprar los restos de San Esteban, junto con otras piezas románicas de origen incierto. De esta forma, el viaje de la iglesia acabó en el jardín de un particular, como un mutante con piezas de aquí y de allá añadidas a la estructura original.
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